
Este no es un concierto cualquiera. Hay gente de todas las edades y de toda condición. Hago una panorámica con mi mirada y a mi derecha veo a un matrimonio mayor. Están abrazados y sus ojos son presos de la emoción. Miro a mi izquierda y diviso a un grupo de adolescentes que no paran de saltar. Me doy la vuelta y observo a un hombre sentado en silla de ruedas que no ha querido perderse la cita. Miro hacia adelante y veo a un artista comiéndose el escenario y dándolo todo. Ese es Manolo García, un hombre por el que no pasa el tiempo. Su éxito no es flor de un día, sino fruto de una travesía de más de veinticinco años que ha encandilado a varias generaciones.
El repertorio concede momentos emotivos, pasionales, eléctricos y románticos. Hay canciones que no son meras canciones, sino evocaciones a épocas pasadas y a sentimientos adormecidos de cada uno de los allí congregados. En el aire flota una complicidad entre todos ellos difícil de explicar. La mayoría no se conocen entre sí, pero hay algo en común que los une y les hace sentir por unas horas como hermanos. Ese algo es la música que Manolo García les ha ido regalando a lo largo de estas décadas. En una época tan superficial y material como la que vivimos, Manolo se ha escudado en la poesía. Su colección de versos infinitos será un precioso legado imposible de olvidar. En su día fue el último de la fila y hoy es el último poeta.
2 comentarios:
Buena prosa. El texto tiene mucha sonoridad.
Tengo un gran recuerdo de aquella noche. Tenía muchas ganas de asistir a un nuevo concierto de Manolo García y la verdad es que me lo pasé genial. Muy bueno el artículo. Él lo merece de sobra.
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