Calló todas las bocas

No podía elegir otro tema mejor tras mi regreso vacacional que el de la consecución de la Eurocopa de Fútbol por parte del combinado nacional. Podría abordar este hecho histórico para el deporte español desde el topicazo, es decir, destacando una vez más la unidad del grupo, el papel de los jugones, etc. Pero yo no estoy aquí para repetir lo mismo. Yo voy a centrar mi punto de mira en el banquillo, en la figura de Luis Aragonés. Nadie confiaba en él y cuando digo nadie meto en el mismo saco a aficionados, periodistas y miembros de la federación. Yo tampoco era una excepción.

Reconozco que cuando vi la lista definitiva me abrumó el overbooking de medioscentros y la ausencia total de jugadores de banda. No entendía por qué jugadores como Joaquín o Riera no estaban entre los elegidos. Se habla muchas veces de que los jugadores tienen que rendir en sus equipos para jugar en la selección, pero siempre se obvia que también sucede justamente lo contrario: futbolistas que lo son todo para sus clubes pero que luego no hacen nada cuando visten la roja. Curiosamente, una de las pocas decisiones que compartía con Luis Aragonés era la más impopular de todas: la de no convocar a Raúl. Los resultados han demostrado que en España, lo quiera la prensa capitalina o no, existen muchos delanteros mejores que el siete madridista.

El caso es que cuando Luis llegó a Austria, Villar ya tenía atado a su sustituto. Aquella infidelidad de su jefe no le importó lo más mínimo, porque él estaba dispuesto a morir con las botas puestas y con sus ideas intactas. En silencio y habiendo callado las bocas de los demás, volvió cubierto de gloria. Su cabezonería había conquistado Europa y la gesta de sus jugadores desató ríos de tinta dorada. En este país tenemos la manía de culpar a los seleccionadores de nuestros fracasos internacionales, así que espero que en esta ocasión mantengamos el mismo grado de responsabilidad en tiempos de éxito. En el fútbol, nada hay más incontestable que los resultados. Luis los ha conseguido, así que ya no hay más nada que decir.