Me hierve la sangre cada vez que recuerdo la madrugá del año 2000. Me hierve porque ocho años después de aquello nadie ha dado aún una explicación oficial y coherente sobre lo que verdaderamente sucedió. Es absolutamente escandaloso el silencio informativo que se ha impuesto alrededor de aquella triste noche. Es innegable que algo muy grave debió ocurrir para que se hayan tomado tantas molestias en ocultárnoslo.
La culpa de que no se sepa la verdad la tenemos todos. Por un lado los políticos y autoridades, que han escondido los hechos descaradamente esperando que con el tiempo todos lo olvidáramos. Por otro lado los periodistas, que hemos sido incapaces de desvelar uno de los secretos mejor guardados de nuestra ciudad. Y por último la población en general, que se ha conformado con la explicación oficiosa que dieron en su día: que un tipo sembró el pánico con un cuchillo en la mano.
La culpa de que no se sepa la verdad la tenemos todos. Por un lado los políticos y autoridades, que han escondido los hechos descaradamente esperando que con el tiempo todos lo olvidáramos. Por otro lado los periodistas, que hemos sido incapaces de desvelar uno de los secretos mejor guardados de nuestra ciudad. Y por último la población en general, que se ha conformado con la explicación oficiosa que dieron en su día: que un tipo sembró el pánico con un cuchillo en la mano.
Obviamente no fue eso lo que ocurrió. Las avalanchas humanas procedían de varias calles al mismo tiempo, lo que demuestra que hubo coordinación para generar el caos. En estas últimas semanas he leído bastante sobre el tema y he preguntado a varias personas acerca de ello. Las hipótesis son varias y dispares. Una de ellas apunta a un juego de rol en el que unos jóvenes pretendían emular a la película Nadie conoce a nadie. Otras son más extravagantes aún, como por ejemplo que se había escapado un toro de la Maestraza o que alguien había efectuado disparos.
Las hay más arriesgadas, como la que señala a la Policía Local como causante del embrollo. ¿Motivo? Dejar en evidencia la precaria seguridad que rodeaba a la Semana Santa hasta entonces. Incluso se ha rumoreado que el Rey don Juan Carlos iba de nazareno en una de las cofradías y existía el riesgo de atentar contra su persona. Lo único en lo que coincide casi todo el mundo es que alguien de renombre debe estar implicado, o en su defecto, familiares de alguien importante.
No es normal el halo de misterio que sigue rodeando a esa madrugá. Algunos dicen que hay que aprender de aquello para que no se vuelva a repetir. Pero ¿cómo podremos evitarlo si aún no sabemos realmente lo que ocurrió? No sólo en Irak se mintió. En Sevilla también.
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