Sporting de Lisboa y Manchester United se enfrentaron en un partido amistoso en el verano de 2003 con motivo de la inauguración del estadio José Alvalade. Dicho así, no hay nada que nos sorprenda. Pero ocurrió algo extraordinario. Un joven portugués de sólo dieciocho años impresionó tanto a los jugadores ingleses, que ya en el propio vestuario y durante el viaje de vuelta en avión le insistieron a su entrenador para que lo fichase.
Y lo ficharon. Dieciocho millones de euros por un chico de dieciocho años llamado Cristiano Ronaldo. Una locura en ese momento, pero ahora con perspectiva se ve como un acierto mayúsculo. Porque Cristiano Ronaldo es el mejor futbolista del mundo hoy por hoy. Lo tiene todo: velocidad, regate, disparo con ambas piernas, físico, potencia, remate de cabeza, carácter... Es el jugador que todos los técnicos querrían tener y el jugador que todos queremos manejar cuando jugamos a un videojuego.
Pero no todo el camino fue de color de rosas. Sus comienzos en Old Trafford sufrieron vaivenes con la grada y la prensa británica debido a su juego excesivamente preciosista, al abuso de regates sacados de su imaginación y a su díscolo comportamiento. Pero con el tiempo comprendieron que ese era su juego y él comprendió que si se lo propone, nadie puede hacerle sombra. Hoy es un espectáculo verlo jugar y será el próximo ganador de la Bota de Oro. Bendito amistoso.
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