No puedo ocultar mi admiración por el juez más conocido en nuestro país, que no es otro que Baltasar Garzón. En España, él es el rostro de la ley y su nombre es uno de los más pronunciados en los medios de comunicación, en las altas esferas políticas y en las aulas de las facultades de Derecho. Se dio a conocer por promover la orden de arresto contra el dictador chileno Augusto Pinochet y desde entonces no ha parado de instruir casos de gran trascendencia. En todos ellos, ha demostrado que su pulso es firme y que las injerencias políticas no hacen mella en su criterio judicial.
Su valentía y obcecación a la hora investigar los procesos nacionales más espinosos, se ha confundido a veces con un excesivo afán de protagonismo. Y es que tirando de archivo, sabemos que Garzón estuvo detrás de las investigaciones que destaparon el escándalo de los GAL, las que descubrieron los blanqueos de dinero del BBVA, las que pusieron al difunto Jesús Gil entre rejas o las que ilegalizaron a Batasuna. Era un secreto a voces que su sueño consistía en convertirse en ministro y de hecho lo intentó, iniciando una carrera política en las filas del PSOE en 1993. Entró con el objetivo de lavar la imagen de corrupción que se había instalado en el gobierno socialista y salió poco después tras comprobar que en el estrado tenía más margen de maniobra que en los aledaños de la Moncloa.
Dicen que el peso de la ley recae en los condenados, pero esta afirmación no es del todo completa. Garzón, que ha dedicado su vida a combatir las mayores lacras de nuestra sociedad, también siente la carga de la ley sobre sus carnes. Está amenazado de muerte por terroristas y narcotraficantes y ha recibido más de un chantaje político infructuoso. Ha descubierto tanta mierda entre los peces gordos que ya no le quedan amigos influyentes. Vive tras la sombra de un grupo de escoltas reclamando un sistema judicial autónomo, denunciando el oscurantismo con el que se financian los partidos políticos y advirtiendo de la insuficiente legislación sobre el tráfico de drogas. Su vida es su trabajo, y su trabajo, su vida. Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Espero que con su figura esto no ocurra.
3 comentarios:
La justicia real no existe, sólo la punición. Si existiera, sería de carácter universal y lo veo poco probable.
No sé si existirá la justicia, eso no es más que filosofar. Lo que sí te digo es que un delito sin punición, sin castigo, es una injusticia.
me encanta este hombre creo que hace su trabajo bastante bien y sin temerle a nadie,con el la palabra justicia tiene sentido
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