Hablar de dopaje hoy día ya no es sólo hablar de alta competición, de olimpiadas y de deportistas que quisieron alcanzar la cima bajo el efecto de sustancias prohibidas. En los gimnasios se gesta otro tipo de dopaje totalmente amateur. Las metas no son las medallas, sino los músculos y el estar a gusto delante de un espejo. ¿A cualquier precio? Demos la bienvenida al dopaje estético y a la vigorexia.
La vigorexia (también llamada complejo de Adonis) es un trastorno emocional propio de jóvenes que se caracteriza por un sentimiento de debilidad física y de disconformidad con su cuerpo. En los últimos tiempos, imitar los cánones de belleza que sugiere la industria de la moda se ha convertido una exigencia para muchos jóvenes. Además, los resultados se han de conseguir rápidamente, a corto plazo. Esta obsesión conduce en muchos casos al error de la automedicación. Y aquí es donde entran en juego los anabolizantes. Estas sustancias equivalen para la vigorexia a los laxantes y diuréticos para la anorexia. Dos enfermedades derivados de un mismo fenómeno social.
Los anabolizantes se identificaron en los años 30, y fueron empleados tras Ia II Guerra Mundial para restablecer el peso de los supervivientes de los campos de concentración alemanes. Su efecto más inmediato es un desarrollo raudo de la masa muscular y de los huesos, además de ayudar a eliminar la grasa. Esos son sus pros, ahora vienen sus contras, sus efectos secundarios científicamente demostrados. En varones, la reducción del tamaño de los testículos, el acné, la infertilidad y la calvicie son algunos de ellos, por no hablar de los riesgos coronarios que genera. Según los últimos datos de la Comisión Europea, más de un 6% de las personas que acuden a salas de fitness reconoce consumir anabolizantes, aunque se estima que el consumo real puede duplicar esa cifra.
La legislación en España prohíbe la libre circulación de estas sustancias. En el gimnasio por tanto, no se pueden adquirir de manera legal, aunque sí se suministran otros complementos vitamínicos, proteínicos, creatina... que no siempre han pasado los controles de calidad y sanidad necesarios. A pesar de ello, el gimnasio no deja de ser el centro de operaciones para debatir, recomendar e incluso ocasionalmente traficar clandestinamente con anabolizantes. Junto a los gimnasios, Internet se ha convertido en su principal aliado. A través de la red se pueden comprar suplementos a buen precio y requerir información en unos foros que se convierten en auténticas consultas virtuales de personas no especializadas. Un peligro más.
Dietas extravagantes, culto al espejo, obsesión con la báscula y necesidad se sentirse fuerte lo antes posible. Estos elementos definen un problema social en progresión, un problema en el que la salud está supeditada a la estética y en el que la juventud hipoteca la madurez. El lado positivo es que siempre quedará una solución si la obsesión corporal es inevitable: menos prisas y más pesas.
2 comentarios:
Yo, como usuario habitual de gimnasio que soy, he de decir que no es un fenómeno tan extendido, pero sí que se da. De hecho, como dices en la entrada, el 6% reconoce consumir anabolizantes, no es una proporción demasiado elevada. Los peores casos se dan cuando llegan al paso de inyectarse testosterona o cosas así, cosa que infla el músculo pero no hace que aumente tu potencia muscular. Yo siempre he sido partidario de no tomar nada fuera de la dieta habitual: desayuno, "recreo" (opcional), almuerzo, merienda y cena. Es lo mejor. Y las proteínas no artificiales por separado, sino incluidas en la dieta normal.
Estoy de acuerdo con lo que suscribe en tu comentario, y en ocaciones he percibido jovenes con trastornos de conducta e incluso trastornos mentales ocacionados por la ingestión de estos productos,e icluso " pasarlo mal" si no dispone de ellos en un momento determinado, como si tuviera cierto grado de "dependencia"
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