lunes, 26 de mayo de 2008

Grabando terror

Siempre me han gustado las películas que ofrecen algo distinto a las demás, que aportan algo novedoso sin necesidad de catalogarse como cine alternativo. Basta con un final inesperado como el de El sexto sentido, con una delicadeza maternal como la de Los chicos del coro o con una ración doble de gore como la saga Saw para que llamen mi atención sean del género que sean. Hace poco vi una película que podría unirse perfectamente a este grupo: REC.

Es digno de elogio que haya sido un director español, Jaume Balagueró, quien haya dado un giro de tuerca a un género tan manido y sobreexplotado como es el de terror. Todos estábamos cansados de esos bodrios americanos que narraban las peripecias de un grupo de universitarios que van cayendo uno tras otro en una casa abandonada. También estábamos hastiados de esos largometrajes japoneses que se limitaban a mostrar a la niña más fea que nuestras mentes podían imaginar. Los tópicos del interruptor de la luz que nunca funciona, la escena del reflejo en el espejo, la puerta que se cierra con llave misteriosamente... ya no se los cree nadie.

¿Y qué es lo que diferencia a REC del resto? Su argumento es muy atractivo: una periodista y un cámara cubren una noche de trabajo del cuerpo de bomberos. Una llamada les conduce hasta un bloque de pisos donde ocurren cosas muy extrañas y todas hay que grabarlas. La propia película está grabada con cámara al hombro para simular el trabajo del protagonista. Eso tiene una desventaja, que marea, y una gran ventaja, que le inyecta un realismo brutal. Esa verosimilitud se ve multiplicada con secuencias larguísimas, con diálogos y acciones creíbles dentro de una situación de pánico total, dando como resultado una atmósfera asfixiante, inquietante y tétrica.

Me gustó comprobar cómo mi pulso se aceleraba por momentos, que los escasos setenta minutos de duración se me pasaran volando, que el miedo no fuera cuestión de dos o tres sustos bien distribuidos sino parte integrante de una historia bien hilvanada. También me alegra saber que el cine español puede caminar serenamente dejando a un lado el destape de los setenta, el lenguaje grosero de los ochenta y el frikismo al que nos tiene acostumbrado Almodóvar.

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